Si es que no se puede hablar, justo cuando pensaba que no iban a llegar ... llegaron. Es posible que alguien se pregunte qué me trajeron, también es posible que a nadie le importe pero bueno, es mi diario y ... eso. Total que voy a contarlo. Por lo pronto me acaban de echar una migración a la nueva versión de Blogger. Y es que Blogger también se ha portado y aunque hace una semana (incluso creo que hace unos días) todavía no permitía migrar los blogs colectivos, hoy sí me ha dejado.
Pero sin lugar a dudas el mejor regalo ha sido el poder mantener mi mano izquierda incólume ... o casi. De hecho incólume salvo por un pinchacillo de nada que apenas ni sangró. Teniendo en cuenta lo que podía haber pasado, no puedo sino sentirme afortunado. Y es que anoche me disponía a cenar y cuando me iba a sentar mi madre me pidió que cortara un queso semicurado de éstos durillos de cortar.
Lo primero que pensé es que ya me lo había pedido por la tarde un par de horas antes y lo segundo que para variar me lo pedía a mí estando allí mi hermano al que parece que el esguince en el tobillo incapacita para poder cortar un queso. Aunque de hecho el esguince no tiene nada que ver puesto que en realidad nunca ha cortado un queso, ni antes ni después ni creo que se lo pidan porque siempre es más fácil pedírmelo a mí. Y si pregunto por qué, me dirá y me dirán que no sabe y es que los que nacimos enseñados para todo tenemos esa suerte que los otros no tienen.
Pero bueno, es algo asumido, algo que parece que va con el cargo y el sueldo de charcutero casero (salvo por el jamón que es cortado el 75% de las veces por mi padre). El caso es que cogí el cuchillo, un cuchillo de éstos con pinta de bueno (unos 3-4 cms. de ancho, pero sólo es la pinta; no miré el lugar de fabricación pero lo que es seguro es que no es acero toledano, ése mismo que no podían atravesar las flechas y que por ello tan codiciado era) y con el mismo cuchillo que otras tantas veces había cortado quesos, procedí a llevar a cabo la no rutinaria, pero tampoco desconocida labor. Empecé clavando la punta en el centro del queso. Ignoro si se hace así, pero así lo he hecho yo casi siempre. A continuación profundicé un poco y llegado el momento oportuno, empecé a doblarlo con el fin de ir cortando la corteza y dejar hecho el primer corte que daría paso al resto.
Una vez obtenido ese primer corte, ya sólo es cuestión de subir y bajar el cuchillo venciendo la dura oposición del queso que entre otras cosas se empeña en llevar el cuchillo al lado oscuro. Normalmente si la inclinación no es muy grande, dejo que lo lleve la lado oscuro y acabo nivelando a mano una vez cortada la cuña. Esta vez la inclinación era sensible pero no ostensible así que nada, a proceder con el sube y baja. Para esto, me suelo ayudar de las dos manos, colocando la derecha en el mango y la izquierda en el borde superior de cuchillo, lugar donde se puede hacer la suficiente presión como para ir cortando poco a poco la parte más interna del queso.
Pero esta vez una sorpresa me esperaba. Súbitamente la mano del mango golpeó la mesa y la otra quedó más o menos en el aire y con un ligero dolor. Miré instintivamente la mano sabedor de que lo que había ocurrido era que el cuchillo se había roto y muy probablemente la mano que tenía apoyada en el filo debía tener un serio corte que sería sólo cuestión de segundos que empezara a sangrar. Miré la mano y percibí claramente la zona donde segundos antes presionaba el filo del cuchillo y un puntito más oscuro donde aparentemente algún trozo del cuchillo roto había rozado. Pero para mi alivio no parecía haber corte alguno; me presioné y examiné la zona para asegurarme de que realmente nada había pasado pues no terminaba de creérmelo y efectivamente, así era. Una vez tranquilizado y ante la mirada incrédula del resto de la familia, procedía a quitar el trozo de cuchillo que todavía permanecía clavado en el queso. Lo quité y tras bromear mi hermano con mi madre diciendo que no lo tirara que todavía podía aprovecharse, fui a por la cocina a por el otro, uno más chiquitito pero realmente bueno, de éstos de toda la vida y con él, acabé la faena.
Así pues, al final todo se saldó con un simple pinchacito y con la conciencia de que tuve suerte, mucha suerte. A lo peor, hoy hubiera estado con algún serio problema de tendones, con la mano tocada durante semanas, probablemente teniendo que pedir la baja y por supuesto sin haber podido jugar al fútbol esta mañana.
Menos mal que Baltasar esta vez se ha portado ;-). No puedo sino aplaudirle ... con las dos manos buenas :-D.
Un saludo, Domingo.
sábado, enero 13, 2007
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2 comentarios:
Eso te pasa por confiar más en el cuchillo que en tu prudencia. Ahora falta que nos digas como estaba el queso.
Hola Vicente,
No te falta razón en cuanto a lo de la prudencia. En cuanto al queso, estaba bueno, muy bueno salvo por un detalle: saber que uno ya comió demasiado durante las Navidades y ahora tiene que controlarse un poquito más.
Un saludo, Domingo.
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